Por Alejandro Valdés
¡Cómo disfrutaba mi padre el pesebre navideño que todos los años tomaba forma bajo el púlpito, en la vieja parroquia de Doñihue!
Allí llevaba los primores y los mejores productos de sus tierras para ofrendarlos al Niño Dios, en una celebración que culminaba con la Misa del Gallo el 24 de diciembre, a las 12 de la noche y con el almuerzo del día siguiente para los niños de la escuela parroquial.
Era su forma de regalar lo que sentía más valioso.
Primores logrados con trabajo, dedicación y cuidado atento por esa tierra que sabía ser generosa con quienes la cuidaban y respetaban sus ciclos.
Mi padre sabía de eso.
Agricultor tradicional, seguía con férrea voluntad los ciclos de trabajo en cada uno de los potreros que formaban “La Paloma”, una propiedad de 40 hectáreas planas en las que rotaban cultivos de choclos, papas o melones, con los de alfalfa y trébol para animales de engorda que abonaban la tierra en forma natural.
Escucharlo era conocer algo de un mundo que tomaba forma a partir de expresiones como “oxigenar el campo”, “desmalezar la papilla”, “prevenir la epizootia”, seleccionar las semillas”, “se vienen las heladas”, “están cargadas las nubes”, “mañana va a temblar”…
…y temblaba…como también tiembla mi corazón al recordarlo en estas breves palabras.
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