Generar conexión entre la certera y ágil industria alimenticia y la impredecible y pausada industria agrícola, requerirá del desacreditado y a veces olvidado hábito de la planificación
Las palabras proyección, presupuesto, planificación, a menudo se las relaciona con el ejercicio de adivinar, dar en el clavo con respecto a un evento futuro en base a la intuición o interpretación de determinados signos de la naturaleza. El adivinar es un acto cotidiano en la agricultura, muchas veces instintivo, cuya eficacia va ciertamente aumentando con la experiencia. Probablemente llenaríamos cientos de tranques con vino u otros acompañamientos de las largas conversaciones, en los distintos clubes sociales a lo largo de nuestro país, acerca del valor del tipo de cambio a futuro, de la cantidad de lluvia que caerá, o del retorno por kilo para la siguiente temporada. La certeza de esos augurios es algo que no pondré en duda para no herir el amor propio de nadie.
Esa generación de experiencia tan importante para poder predecir eventos futuros es algo difícil de lograr en la agricultura. Los ciclos productivos agrícolas son todos lentos. El ciclo de inversión y plantación, el ciclo productivo, y también el ciclo de ventas, toman todos varios meses o años. Un agrónomo en veinte años ha visto veinte cosechas, mientras que un industrial puede ver veinte lotes distintos de producción en un día. Ciertamente la agricultura corre en desventaja en la ruta de generación de experiencia.
Pero no sólo el letargo del ciclo agrícola hace difícil la generación de experiencia, sino también la falta de uniformidad entre cada ciclo agrícola. Un ciclo industrial mantiene inalterable su configuración y si algún parámetro se sale de norma, se ajusta rápidamente la “válvula” adecuada para volver a ella. En agricultura nunca un ciclo agrícola es igual a otro, y la cantidad de variables que escapan al control del administrador son muchas y de gran importancia para el resultado final.
Ante la dificultad para generar experiencia y asumiendo la ingobernabilidad de la naturaleza, gran parte de la agricultura se ha vuelto “experta en reaccionar” como estrategia, y las competencias más buscadas en los profesionales a menudo están relacionadas con la resolución de problemas. La incapacidad de predecir el futuro para muchos termina desacreditando cualquier ejercicio de planificación, disminuyendo o eliminando su ejercicio en la administración agrícola.
La paradoja de la planificación agrícola es que su valor no está en la certeza de sus proyecciones, sino en el mismo ejercicio de planificar. Algo parecido ocurre con la planificación estratégica, en donde el real valor no está en los objetivos y KPI’s, sino en la construcción de los pilares e iniciativas para llegar a ellos. La planificación no busca predecir un futuro, sino que proyecta varios futuros para anticipar decisiones para cada uno de ellos, de modo que cualquier nuevo escenario requiera de un cambio marginal en la táctica, y no construir una nueva desde cero. En algunas labores agrícolas críticas simplemente no hay tiempo para construir una nueva táctica desde cero, y es ahí donde malas decisiones pueden costar mucho más caro que el tiempo dedicado a planificar.
El ejercicio de planificar supone primero identificar todas las variables que no están bajo el control de la administración y analizar su posible comportamiento futuro, generando los distintos escenarios o entornos en los que la gestión se desarrollará. Esa valiosa identificación permite hacerse consciente de los riesgos y oportunidades que se enfrentan, y no gestionar sólo en base al escenario más probable.
Segundo, el ejercicio de planificar supone identificar todas las variables que sí están bajo el control de la administración, obligando a la misma a tomar decisiones sobre ellas para que no queden puntos críticos sin control. Estando en control de todas las variables, cualquier movimiento hacia un escenario distinto al planificado será más fácil y eficaz que moverse hacia él sin haber planificado nada.
El ejercicio de planificar tiene una serie de colaterales virtuosos, puesto que fortalece la cultura, enriquece el trabajo de equipo, genera hábito, educa nuevas competencias, tanto técnicas como blandas, y en general, prepara a la organización para competir de mejor forma.
En definitiva, la planificación metódica y disciplinada permite a las empresas agrícolas conocer y ponderar mejor los escenarios posibles a los que se verán enfrentadas, y preparar cursos de acción proactivos para cada uno de ellos, de modo de maximizar el valor de la gestión. La planificación no extingue los riesgos, pero minimiza sus efectos. La planificación no consigue la suerte, pero la atrae.
Estando en el año 2020, podemos decir que cuesta encontrar en la agricultura empresas en que exista cultura de planificación. Son pocas las empresas que llevan a cabo una planificación estratégica liderada por sus dueños, o un presupuesto anual que sea la esperanza bien calculada de los resultados de las iniciativas aprobadas para el año, o una planificación técnica y económica de la temporada, tácticas logísticas de cosecha, funnel de ventas y/o abastecimiento, u otras orgánicas de planificación habituales de una empresa con prácticas profesionales de administración.
Comenzando una nueva década, en que la agricultura estará bajo la lupa social por sus externalidades para el medio ambiente, obligada a ser eficiente y a sumarse al cambio tecnológico que otras industrias acogieron hace mucho, obligada a incorporar en su lenguaje términos como inteligencia artificial, big data, crosschecking, economía circular, alimentos funcionales, parece inminente que las empresas agrícolas tendrán que hacer un cambio de marcha, porque en la actual no podrán seguirle el paso al futuro.
Ante desafíos tan grandes como los expuestos, el primer hábito que debe aprender la industria agrícola es el de planificar, puesto que adaptar un negocio basado en la imprecisa y pausada naturaleza, a la certera y veloz demanda global de alimentos, no permitirá errores gratuitos y no regalará muchas oportunidades.
La invitación es entonces, a planificar.
Por Sebastián Valdés Lutz
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