Revista del Campo - 7 de Septiembre de 2020
SEBASTIÁN VALDÉS LUTZ

A menudo, la velocidad de los acontecimientos determina la de las reacciones. El pausado ritmo de la naturaleza, que se toma varios años en preparar a un frutal para producir, o varios meses para cosechar lo que se siembra, escribe al mismo tiempo las tareas en la agenda del agricultor, marcando el paso de su aprendizaje.
No existen controles para acelerar los tiempos de la agricultura, generar raíces en días, producir crecimiento foliar en minutos, u originar la floración y cuaja en segundos, así es que el agricultor debe esperar a la naturaleza para que le entregue el conocimiento que necesita. Esa lenta generación de experiencia a menudo deja al agricultor sin respuestas.
Más aún, el ecosistema que sostiene la agricultura está conformado por cientos de variables interconectadas, que al igual que los tiempos de la agricultura, tampoco cuentan con válvulas o controles para ajustarlas a parámetros “de fábrica”, por lo que el agricultor todos los años se enfrenta a una realidad distinta. La poca frecuencia de años regulares que sirvan de testigo para establecer lo que es normal, y de años irregulares que repitan la anormalidad para ser capaces de reconocerla, también merman la capacidad del agricultor para generar experiencia.
La agricultura es una fábrica sin controles ni manual de operaciones. Y es difícil operarla con tanta dificultad para aprender sobre ella.
Asumiendo que no se puede gobernar sobre la mayoría de los factores que afectan a la “fábrica”, gran parte de los agricultores se vuelve experto en reaccionar para apagar rápido los incendios que se producen. Así, el foco está en la reacción y no en la prevención.
Este espíritu reactivo se ve incluso en las inversiones; cuando una especie comienza a generar retornos, los agricultores se abalanzan a plantar lo mismo que está teniendo éxito, dando razón a la teoría de juegos de Nash: la sobre oferta que produce la sobre plantación hace bajar los precios y los retornos. Así, se da perfecto el “dilema del prisionero”, en que todos terminan perdiendo.
El hábito de planificar, tan antiguo y común en el resto de las “fábricas” de la economía, es poco o mal utilizado en la industria agrícola, pero, en su implementación disciplinada se encuentra una de las claves para hacer frente a los grandes desafíos de hoy.
La planificación es el acto de tener un plan ante eventos futuros inciertos. Su valor depende de:
1. La capacidad de prever los eventos futuros inciertos;
2. La calidad del análisis sobre la probabilidad de ocurrencia y los efectos de esos eventos;
3. El alcance y calidad de las medidas contempladas en el plan.
La virtud de planificar está en que, aunque cualquiera de los puntos 1 al 3 sea defectuoso, el valor final siempre será mayor a no haber hecho nada. Prepararse para eventos futuros y anticipar decisiones para cada uno de ellos permite que, ante cualquier escenario no contemplado, el cambio táctico sea marginal, y no tener que construir todo desde cero. En muchas labores agrícolas críticas simplemente no hay tiempo para analizar cuál es la mejor decisión cuando se está en el “incendio”, y ahí el error cuesta mucho más caro que el tiempo dedicado a planificar.
La planificación tiene muchos apellidos: Planificación Estratégica, Comercial, Logística, o de Cosecha, Presupuesto, Funnel de Ventas, etcétera. Todo lo que cumpla con contener un plan para eventos futuros inciertos es planificación. Lo importante es que ese ejercicio de planificar se transforme en una “orgánica” de la empresa, en parte inherente de su funcionamiento y agenda. La planificación debe ser transversal a la organización, desde los socios, o el Directorio, a través del plan estratégico, hasta las instancias más tácticas, a través de los distintos planes de acción.
Planificar tiene una serie de colaterales virtuosos: fortalece la cultura, enriquece el trabajo de equipo, genera hábito, educa nuevas competencias. En general, prepara a la organización para competir de mejor forma.
Mientras muchas empresas agrícolas aún no incorporan la planificación en sus hábitos, hay otras que le están dando un nuevo y más avanzado sentido. La medición de eventos por medio de sondas, drones y satélites está permitiendo tener infinita cantidad de información para el análisis, mientras que el uso de “data science” está permitiendo niveles de análisis y predicción nunca vistos, incluso generar el plan para los distintos escenarios futuros. La incorporación de tecnologías causa-efecto como el cross-checking, y la automatización de equipos, permitirá que la planificación y la acción sean un ejercicio continuo de retroalimentación, relevando la planificación humana a lo más estratégico.
Comenzando una nueva década, con un nuevo consumidor buscando alimentos que lo hagan sentir bien en cuerpo, mente y valores, la agricultura enfrenta una enorme oportunidad y un enorme desafío: Es el gran proveedor de alimentos y a su vez, un gran consumidor de recursos naturales. En su eficacia para resolver sus externalidades negativas, y así lograr el “voto ético” del consumidor, estará la clave de su éxito futuro.
El agricultor está frente a un cambio estructural multi-variable y si lo enfrenta en forma reactiva, probablemente cometerá más errores de los que el nuevo desafío permite. Analizar constantemente los escenarios futuros y planificar para ellos, es el primer paso de muchos para no equivocar el rumbo y no quedarse atrás. El consumidor va rápido y no espera. ¿Qué esperamos para acelerar?
Por Sebastián Valdés Lutz
Director Independiente en Frutexsa
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