Por Sebastián Valdés Lutz
Revista El Campo, Diario El Mercurio
Lunes, 28 de Noviembre de 2022
COLUMNA DE OPINIÓN
La tierra históricamente ha sido asociada a oportunidades. Por ella se han abandonado afectos y declarado guerras.
Sin duda la tierra ha retribuido bien a quien ha puesto su esfuerzo y esperanza en ella, siendo la agricultura parte fundamental en la historia económica de nuestro país, y transformando a Chile en un oferente importante a nivel global de productos agrícolas frescos y procesados.
Pero hoy la tierra está sufriendo, sumida en la vulnerabilidad de un nuevo clima que da pocas certezas, y que las que otorga son en su mayoría negativas, comenzando por una larga sequía que la viene afectando hace más de una década. Así, la tierra no es capaz de comprometer resultados a quien siembra en ella, elevando las exigencias de evaluación y gestión para los que invierten tiempo y recursos en el negocio agrícola.
Si la tierra ha incrementado el nivel de incertidumbre de la agricultura, el rompimiento de la cadena de abastecimiento que trajo la pandemia, con el sobrecalentamiento logístico implícito, se transformó en un amplificador importante de esa percepción. Junto con ello, el alza en el costo de fertilizantes, insumos químicos, cartones, e incluso de la mano de obra, contribuyeron a cerrar un oscuro e inédito panorama global de inicios de década.
En paralelo, nuestras principales especies frutales van cediendo espacio en las góndolas minoristas, postergadas por una competencia más eficiente en un mercado que está dispuesto a sacrificar sabor a cambio de precio, servicio y confiabilidad. Paltos, arándanos, uvas, nueces, van perdiendo sus otrora garantizados privilegios en manos de Perú, Colombia, México, China, entre otros, mientras que la cereza vive los predecibles problemas de la sobreoferta que la obligan a favorecer los segmentos más atractivos de mercado: Las ventanas más tempranas.
La cantidad y variedad de problemas que aquejan a la agricultura, y la escasez de productos que escapan o se sobreponen a ellos, afectan inexorablemente la percepción de quien invierte. ¿Qué planto? Parecen haber pocas alternativas. ¿Ciruelo europeo, kiwi, cerezo temprano, durazno? ¿Por cuánto tiempo estas especies mantendrán retornos atractivos, y cuán robusta es su demanda para aguantar un gran incremento en la oferta ante eventuales nuevas plantaciones?
Quizás en estos tiempos hay que volver a las bases, a los principios básicos económicos para tomar las decisiones acertadas. En el resto de los negocios las empresas se enfocan en las actividades donde agregan mayor valor para el consumidor, donde son capaces de entregar algo que los hace diferentes, algo que el cliente desea y valora, y por lo cual está dispuesto a pagar un precio acorde. Entonces, la pregunta que debiese hacerse el agricultor es ¿Qué me pide el consumidor que plante?
A pesar de que el agricultor es inherentemente un empresario B2B (empresa que vende a empresa), debe tener alma B2C (empresa que vende a consumidor), y proyectar su negocio de acuerdo con la calidad, cantidad y crecimiento de los consumidores finales de su producto, y a la eficiencia y efectividad con la que puede entregarles el producto de la calidad y condición deseada por ellos. En palabras simples, debe producir lo que sabe que produce bien y que, al hacerlo, genera algo diferenciador para su consumidor final.
La tierra sigue entregando enormes oportunidades a la agricultura, pero para aprovecharlas está exigiendo mucho más que una mera elección afortunada de cultivo. Está exigiendo a cambio una gestión profesional que maximice los recursos que se utilizan en el cultivo. Nada más, nada menos.
¿Qué va a plantar Usted?
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