Estoy cumpliendo 24 años de carrera profesional y cada día agradezco la oportunidad que tuve de tener acceso a buena educación. Buena educación en mi familia, en mi colegio, en mi universidad.
He trabajado con todo tipo de personas, que ejercen todo tipo de oficios y profesiones, y he visto que unos más, unos menos, todos terminan su jornada laboral agotados. Agotados por el esfuerzo físico o mental, por la presión de cumplir con los objetivos, por el hostigamiento laboral del jefe o de la propia cultura de la empresa, por la sola responsabilidad de proveer en un hogar. De gerente a operario, agotados. La desigualdad nace en el hecho de que el gerente recibe varias veces más que el operario por ese esfuerzo.
La desigualdad en la distribución de los frutos del trabajo del hombre es algo que siempre ha acompañado a la humanidad, y la injusticia se puede encontrar en cualquier tipo de equilibrio o trato social al que se llegue para corregir esa desigualdad.
Para comparar el nivel de desigualdad entre países habitualmente se usa el coeficiente de Gini, indicador que implícitamente supone igual distribución de agregación de valor de la población entre los países que se están comparando. Para hacerlo simple, si dos países tienen dos carpinteros, dos contadores y dos ingenieros de exactas calificaciones cada uno, debiesen tener el mismo coeficiente de Gini, de otra forma alguno de ellos estaría siendo más desigual. La desigualdad, entonces, se asume como una injusta asignación del precio pagado por la ocupación de una persona.
En nuestro país la hipótesis sobre la desigualdad es que las ocupaciones de los ricos están sobre pagadas y las de los pobres están sub pagadas, y que la labor del Estado es compensar esa falla del mercado vía transferencias directas o subsidios a favor de los más pobres.
Los que creemos en el libre mercado confiamos al Estado el rol de ponerle precio a la falta de él, y en los últimos cuarenta años la colusión y la corrupción económica han pagado un precio demasiado bajo por su ejercicio en Chile. Lo mismo está ocurriendo con los negocios ilícitos como la droga o el delinquir por dinero, cuyo precio en términos penales es suficientemente bajo para promover que este tipo de actividades crezcan. Estos incumplimientos del modelo verificarían la hipótesis sobre desigualdad en Chile, porque ciertamente la promueven. Pero ¿Es la tesis correcta?
En el mercado laboral, existiendo millones de trabajadores, cientos de miles de empresas y bajo nivel de desempleo por muchos años, me cuesta creer que las remuneraciones no reflejan el valor del trabajo. El tema es ¿Qué tipo de trabajo están haciendo los chilenos?
Oficios existentes 40 años atrás que todavía sobreviven casi intactos, que requieren fuerza o destreza física, herramientas manuales, y en general, poco conocimiento, han evolucionado marginalmente en el valor que agregan. Por el contrario, profesiones técnicas y universitarias han sumado tecnología, comunicaciones, redes, y en 40 años han multiplicado exponencialmente el valor que agregan. Por el valor agregado de las personas en sus ocupaciones, quizás hoy la desigualdad sería aun mayor de lo que dice el coeficiente de Gini, y aun mucho mayor que hace 40 años. Simplemente imagínese la evolución del trabajo de un obrero de la construcción en los últimos 40 años versus la evolución del trabajo del gerente de una multinacional.
Esos oficios “de base” ya no existen en países desarrollados y han mutado hacia especialistas con conocimientos técnicos, dejando la fuerza física, la vista, la destreza, en manos de la tecnología. El primer piso laboral es de un nivel educacional más alto que en Chile, y el sólo hecho de ejecutar su trabajo con apoyo de máquinas y equipos multiplica su valor agregado.
El coeficiente de Gini no es más cercano a 1 en Chile que en países desarrollados por una mala asignación de precios al valor del trabajo, es porque tenemos una mayor desigualdad en el valor que agregan los trabajadores de uno y otro extremo.
En Chile la educación ha sido un tema no resuelto en los últimos 40 años, lo que ha dividido la población entre educados y no educados. Son los no educados los que llenan los puestos de los oficios de base, recibiendo una remuneración acorde a una baja agregación de valor.
Tener gran parte de la población no educada adecuadamente, no sólo es una deuda moral de los últimos 40 años con esas personas al limitar sus oportunidades, sino también es no entender que el país necesitaba trabajadores calificados para su siguiente etapa de desarrollo. En octubre gran parte de esa población cantaba “El Baile de los que Sobran”, y tenían razón, no fueron educados para el mundo actual, para el lenguaje actual, para los códigos actuales, para la economía actual.
Yuval Noah Harari advierte en sus libros que así como las competencias físicas del hombre han ido quedando obsoletas para el mercado laboral, ciertas destrezas mentales y conocimientos también quedarán obsoletas en manos de procesadores y sistemas computacionales cada vez más versátiles. Si no educamos a nuestra población para hacer frente a ese nuevo desafío, sumaremos a millones al “Baile de los que Sobran”. Ojalá no sea demasiado tarde para revertir eso.
La educación es un derecho para cada persona y es la principal inversión para el desarrollo del país. Es tiempo que la política deje de pensar en como aplicar morfina a la Sociedad y se dedique a hacer cambios estructurales serios en educación, para que cada chileno sume todo lo que puede llegar a sumar para nuestro país.
Doy gracias por haber recibido educación. De mi familia, de mi colegio, de mi universidad.
Sebastián Valdés Lutz
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