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LA PRIMERA PIEDRA DE TRUMP

  • Foto del escritor: Sebastián Valdés
    Sebastián Valdés
  • 19 may
  • 4 Min. de lectura

REVISTA VISION MAGAZINE LATINOAMÉRICA

N°29 MAY/JUN 2025

Por Sebastián Valdés Lutz

Hace algunas semanas el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, comenzó a materializar algunas de sus promesas electorales, gravando con sendos aranceles las importaciones provenientes de sus principales socios comerciales. Un 25% de arancel para Canadá y México, y un incremento de 10% en la tasa para China fueron las primeras medidas, dejando para abril la implementación de un arancel mínimo universal de 10%, que fue el que afectó a prácticamente todos los países de Latinoamérica, excluyendo sólo a Nicaragua (18%) y Venezuela (15%).


El presidente Trump les otorga a sus medidas la facultad de curar una serie de males que afectan a su nación, aunque muy pocos de ellos tienen a los aranceles como medicación recomendada en términos estrictamente técnicos. “Estimular la industria doméstica y equilibrar la balanza comercial” solían ser argumentos de los 60’ en favor de esta clase de medidas proteccionistas, aunque por décadas la mayoría de los economistas invalidaron su real efectividad y cancelaron esta clase de trabas para, por el contrario, fomentar la creación de valor desde la sana competencia asociada con el libre comercio internacional. Detener la inmigración ilegal, el tráfico de fentanilo desde sus países vecinos, y dar uno que otro golpe al mentón para sostener el peso geopolítico de Estados Unidos (y el propio dentro de su país), son otros de los argumentos que se esgrimen para apoyar el cobro de nuevos aranceles a sus socios comerciales.


Si bien la defensa norteamericana declara estar protegiendo el patrimonio productivo, social y político de Estados Unidos, victimizándose por los supuestos abusos y excesos a los que está expuesto en el marco actual de sus relaciones internacionales, el total descuido de la forma, y la arbitrariedad en la elección de los sectores y productos afectados por sus aranceles, sugieren buscar otros motivos que justifiquen mejor tal comportamiento. La imposición unilateral de castigos, que subyuga al débil y menosprecia la ecuanimidad, más parece una agresión consciente para romper el orden actual y construir uno que potencie la asimetría de poder que tiene Estados Unidos.


Si bien la sumisión factual de una nación menos poderosa termina siendo frecuente en su relación con otras que lo son más, ninguna de ellas quiere ser domesticada por la fuerza. La ausencia de agasajos y el exceso de exabruptos terminan predisponiendo a cualquier nación a defenderse con rebeldía, y el sentimiento lo comparten transversalmente autoridades y ciudadanos. Un arancel arbitrario no sólo ocasiona una respuesta equivalente en el agredido, sino también engendra una antipatía equivalente en los consumidores de la nación afectada y en sus decisiones de consumo. Nadie quiere comprarle productos al agresor.


“El miedo atrae lo que temes” y en su afán por sostenerse en el centro geopolítico mundial, Estados Unidos puede fomentar las empatías por su rival y anticipar su derrota en esta competencia de gigantes. El cerrar puertas y encumbrar paredes dificulta el paso en los caminos habituales que usa el comercio internacional, pero también estimula la búsqueda de alternativas en otras fronteras, que pueden mostrarse deseosas de cumplir el rol al que nunca había renunciado Estados Unidos.


La guerra de aranceles no es una de suma cero, los volúmenes comercializados con la restricción impositiva son insuficientes para oferentes y consumidores, y la recaudación de los gobiernos no alcanza a compensar los daños en el mundo privado. La producción no queda en manos del más eficiente y el cliente no recibe ni el mejor producto ni el mejor precio.


Hay sectores de la economía que se verán beneficiados con la imposición de aranceles de Estados Unidos, y también con la respuesta recíproca de los afectados, entre ellos varios pertenecientes a la industria agrícola. California, China y varios países de la Unión Europea no son sólo mercados de destino, sino también importantes oferentes de productos agrícolas, y el nuevo marco tarifario perjudica su competitividad favoreciendo la oferta de nuestro continente. En los próximos meses el “arbitraje tarifario” comenzará a operar para aprovechar las oportunidades que surgen con las medidas de Trump, con el peligro implícito de desviar los recursos y esfuerzos que las empresas habitualmente invierten en ser más eficientes y atractivas para el consumidor final. Es importante sostener la disciplina competitiva en tiempos en que se transgrede la competencia, así cuando se eliminen las restricciones al comercio, la obesidad operacional no se transforme en un impedimento irremediable para seguir vivo.


Las ondas que se propagan por la primera piedra arrojada por Trump pueden entusiasmar a muchos por las oportunidades que abre, pero no hay que olvidar que estas son artificiales y no tienen cimientos en la eficiencia y competitividad, por lo que no constituyen una ventaja competitiva de largo plazo. Es clave que nuestras industrias agrícolas se adapten rápidamente al nuevo escenario del comercio internacional, pero sin transformarse en meras arbitradoras, puesto que ello redunda inexorablemente en ineficiencia y abandono de la creación de valor. La guerra de aranceles destruye valor, que no sea el de nuestra industria agrícola.



 
 
 

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